miércoles, 23 de diciembre de 2015

Lo-li-ta.

Tengo un par de recuerdos
que no dejan de martillearme el pecho
al son de canciones populares
que hablan de todo
-que es nada-.
Me abruma el sabor de ciertos labios
que ya no,
estoy rodeada de corazones superfluos
que bombean más demagogia
que coherencia,
y yo la verborrea siempre la he llevado fatal.

Mis poros supuran miedo
y sangre
y palabras insignificantes
que son asfixiantemente relevantes.
Estoy cansada de no entenderme.
Más de no entender
por qué no lo hacen los demás.
Tengo unos párpados
que pesan como plumas
enjauladas.
Tengo un paladar
cansado de repetir
Lo-li-ta.
Tengo unas manos
que juegan a recordar
con estudiados movimientos circulares
y periódicos.
Y una mente
lo suficientemente construida
como para no arrepentirme de ello.

Sé que soy
porque me inundan las ganas
de dejarlo.
Sé que estoy
porque amo,
siento,
bebo,
fumo,
bebo.
Me asusta más la vida
que la muerte,
ya que al menos conozco con certeza
la existencia de la primera
y lo horrible de la estancia en ella
y me aterra desnudarme frente a alguien
y que tan solo vea piel carcomida
por insectos que bailaban
alrededor de fuegos fatuos
simulando inocentes hogueras de campamento.

Va mucho más allá de eso.
Aunque no sepa bien dónde está ese allá,
ni la magnitud exacta del más,
ni si escribo esto por inercia
o por necesidad,
o simplemente necesito un papel
al que aferrarme
cuando el viento ya haya hecho levitar
todos los edificios de metal
rellenos de personas de hojalata.

Ojalá también amase
como vomito pesimismo.
Ojalá también amase.

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